domingo, 7 de agosto de 2011

La Creación del Universo según diferentes civilizaciones y la explicación científica

La creación de la Tierra (Grecia)


En el principio… todo era una masa amorfa y confusa, de hecho nada de lo que conocemos hoy en día sean océanos o bosques existía. En ése mundo, regido por la carencia de todo lo conocido, reinaba Caos, un Dios totalmente indiferente, junto a su Diosa Nyx -Noche- la cual traía un manto de oscuridad perpetua al mundo que negaba la visión de todo y de todos. Pasarían millones de años y tanto Caos como Nyx comenzarían a aburrirse en su mundo amorfo por lo que irían hasta su hijo, Erebo -Oscuridad- y solicitarían ayuda. No obstante, éste traicionaría a su padre y lo destronaría; poseyendo a su madre como esposa en el proceso. Entendiblemente Nyx, quien estaba aburrida de su marido indiferente y alejado, no tendría problema alguno en tomar como amante a su propio hijo y así éstos, madre e hijo, esposa y esposo, reinarían juntos por mucho tiempo.

De todas maneras el paso de los años, y tal vez la casualidad, lograría que, curiosamente, de padres tan oscuros y siniestros, nazcan dos hijas hermosas y radiantes: Éter -Luz- y Hemera -Día- quienes, por vez primera en la historia, traerían luz a un Universo reinado por la oscuridad absoluta. Prontamente Éter y Hemera verían que el mundo era algo horrible, plagado de veneno e inexistencia, y frustradas de vivir en un lugar tan desagradable, destronarían a sus incestuosos padres proclamándose Reinas. Así, por primera vez, la Luz se extendería acariciando todos los rincones del Universo y tanto Éter como Hemera, al ver lo triste de su mundo, deciden convertirlo en algo bello y majestuoso.

Ante semejante tarea, crear un mundo hermoso no era nada fácil, pidieron ayuda a Eros -Amor- y tras un gran esfuerzo crearon a Pontus -el Mar- y a Gaea -la Tierra- dos seres tan únicos como increíbles. Sin embargo, ésta primera Tierra era algo pálido, vacio y aburrido: los árboles no tenían hojas que se movieran jugando al ritmo del viento; no existían pájaros que llenaran el campo de suaves melodías con sus cantos, ni tampoco existían las flores que perfumaran los montes con su aroma. Sencillamente la Tierra no era ese lugar hermoso que se habían propuesto crear. Eros triste y desolado, sintiendo que no podía existir amor en un mundo pálido, repasaba por su cabeza una y otra vez cómo es que los seres se irían a buscar unos a otros si no existía nada que los motivara a hacerlo, o cómo los amantes se declararían su amor sin una omnipresente Luna testigo fiel de su acto. Afortunadamente siendo Eros el amor, y qué más fuerte que el amor para empujar a alguien a hacer cosas imposibles con tal de lograr su cometido, decide terminar con la tristeza reinante y crear la belleza. Entonces, tensando su arco con la fuerza de su corazón, dio un certero flechazo en el pecho de la Tierra, y una estampida de colores y aromas gratificantes comenzaron a surgir del seno de ésta. No solo colores y aromas saldrían de su interior; sino que múltiples animales, aves y flores: miles de hermosos y coloridos pájaros; cientos de tipos de peces sabrosos y majestuosos e incluso las flores más bellas jamás vistas. Serían entonces los nuevos habitantes que adornarían la Tierra con una gracia inimaginable. Gaea, quien toma vida repentinamente tras este acto, abriría sus ojos para quedar maravillada con tan majestuoso paisaje. Sin embargo, al elevar su vista vería solo una masa negra, aburrida y amorfa en las alturas. Deseosa de que su vista fuera perfecta decide entonces crear un ser majestuoso y hermoso que habitara estos lugares, es así que crea a Urano -Cielo-.

El nacimiento de los Dioses

Urano y Gaea, quienes curiosamente crecerían más poderosos que sus padres, tomarían el trono para reinar por su cuenta. Sin embargo, como si existiera una oscura maldición entre los Dioses helénicos, la traición prontamente se haría presente en sus vidas. De la unión entre Urano y Gaea nacen nueve hijos y nueve hijas: los Titanes y las Titánidas. Estos hijos, enormes y majestuosos incluso de ni bien nacidos, serían tan fuertes que su padre queda aterrorizado solo con observarlos. Por lo que, precavidamente, decide patearlos del Olimpo y enviarlos al Tártaro -las profundidades insondables-. Desafortunadamente, para su progenie, se haría costumbre entre Gaea y Urano enviar a sus hijos al Tártaro, claro, después de todo qué podría salir de seres tan poderosos sino que otros seres tan poderosos como ellos. Por lo que prontamente los tres Cíclopes -Brontes (Trueno), Esteroges (relámpago) y Arges (relámpago Difuso)- ingresarían a la prisión de hijos no deseados. Estos tres seres harían del lugar un infierno para los Titanes, ya que sus gritos y quejas rogando la libertad romperían los tímpanos de sus hermanos constantemente. Al poco tiempo los Centimanos (seres de cien manos) ingresarían al Tártaro para compartir el mismo destino que sus hermanos.

Sin embargo, Gaea, cuyo instinto maternal se apoderaría de ella, no soportaría escuchar el llanto de sus hijos encerrados y a espaldas de Urano descendería al Tártaro para conspirar con sus hijos y salvarlos de tan cruel destino. De los participantes sólo el Titán Cronos -Saturno, Tiempo- tendría el valor suficiente como para participar en el golpe de estado contra su padre. Gaea, con caricias de madre y un agudo discurso, lo convencería que la única manera de terminar con el terror de su padre era matándolo, por lo que tras proveerle de una imponente guadaña, lo enviaría a asesinarle. La batalla sería épica y sólo gracias a su poderosa guadaña Cronos logra someter a Urano. Éste, tirado en el piso y rendido ante la nefasta visión de ver a su propio hijo a punto de quitarle la vida, le echa una maldición condenándolo a sufrir su mismo destino: ser desterrado por su propia progenie. Cronos haría caso omiso y castraría a su padre de un brutal guadañazo –al ser cortado se crearon las estrellas del cielo pero el órgano reproductor de su padre cae al mar y de la sangre nacería la diosa más hermosa: Afrodita/Venus y algunos gigantes-. Tras deshacerse de su padre libera a sus prisioneros hermanos, quienes alegremente aceptan su mando y lo coronaran como Rey del Universo. Esposado a su hermana, Rhea -Cibeles para los romanos-, Cronos asignaría una porción del mundo a cada uno de sus hermanos: Océano y Tetis gobernarían sobre las aguas; Hiperión y Feba sobre el Sol y la Luna y así los dotes mundiales serían justamente repartidos.

Todo sería alegría y felicidad para Cronos, quien cada Mañana se levantaba desde el Olimpo para observar a su bella Madre Tierra, administrada y cuidada por sus hermanos. Sin embargo, una trágica mañana, tras despertarse, le llega una noticia que lo aterraría: Rhea le haría padre. El recuerdo de la maldición comenzaría a recorrer su mente como una carroza de guerra en llamas, y tan certero como una flecha envenenada clavada en el pecho, éste, deseoso de mantenerse en el poder, decidió asesinar a su flamante hijo. Es así que, dirigiéndose hacia el lecho maternal de Rhea, le pide al recién nacido para observarlo. Rhea prontamente no podría creer lo que le contaban sus húmedos ojos: Cronos, de un solo bocado, devoraría a su bebe sin la menor piedad.

Sin consuelo, Rhea lloraría y sufriría por su hijo de tal manera que la muerte de éste se convertiría en una herida punzante que se repetiría una y otra vez con cada parto. Así, hijos e hijas, serían devorados uno tras otro. No obstante, Rhea haría un intento desesperado por salvar a su hijo menor y más amado: Zeus -Júpiter para los romanos-. Vistiendo una piedra con un pañal le entregaría a Cronos el falso recién nacido y éste, ciego por la desesperación de no darle un segundo de oportunidad a su hijo de cumplir el presagio de su destronado padre, devoraría la piedra al instante ignorando la trampa.

Ahora estaba Rhea feliz de haber salvado a su hijo. De todas maneras sabía que debía esconderlo de la atenta mirada de Urano por lo que corre hacia las Ninfas y les entrega su preciado tesoro pidiéndoles que lo cuidaran y protegieran. Éstas acongojadas por las lágrimas de Rhea, deciden cuidar con sus vidas al joven Dios y lo transportan hacia la cueva más profunda en el Monte Ida. Zeus es entonces amamantado por la Cabra Amaltea, cuya leche era tan nutritiva y sabrosa que Le otorgaría una fuerza tan magna que incluso las montañas temerían prontamente a su pasar.

Cronos, ignorante de su hijo, permanecería conforme con su intento de eliminar la maldición de su padre. Hasta que un día, un Zeus ya hecho un hombre, lo iría a buscar para tomar venganza. Tras un corto encuentro Zeus se elevaría victorioso, y con una acertada patada a su padre, le haría vomitar a sus hermanos y hermanas: Neptuno, Plutón, Vesta, Ceres y Juno.


Mitos egipcios de la creación

Hermópolis fue la capital del Alto Egipto. Allí elaboraron un sistema cosmogónico, uno de los más importantes de las múltiples versiones mitológicas de los pueblos egipcios antiguos. El dios principal de este sistema era Thot, el dios de la luna, pero Thot no toma parte en la creación del mundo, ni siquiera en la doctrina que observaban sus adoradores. Se decía en Hermópolis que en el principio existió un grupo divino formado por cuatro parejas de genios, los Hehu, que constituían una Ogdóada, un grupo de ocho dioses. La Ogdóada fue indiscutiblemente, desde los orígenes, el elemento característico del panteón de Hermópolis. Su culto es tan antiguo que dio su nombre a la ciudad, llamada en su honor Khemenu, "la ciudad de los ocho". Estos ocho dioses constituían una entidad indisoluble que funcionaba como una divinidad autónoma, porque sus ocho componentes obraban siempre al unísono, jamás individualmente.


La Ogdóada se componía de cuatro parejas divinas formadas por un macho y una hembra. Los machos fueron generalmente representados con cuerpo de hombre y cabeza de rana; las hembras con cuerpo de mujer y cabeza de serpiente. También pueden cambiar los nombres de sus miembros, pero cada pareja recibe siempre un nombre masculino y su correspondiente forma femenina, nombres que traducen los diferentes aspectos del abismo inicial. Nun y su compañera Naunet son el Caos, el agua primordial. Heh y Hehet encarnan una noción imprecisa que pudiera ser el Extravío de las aguas que buscan una meta cuando recubren la tierra. También podría tratarse del Infinito espacial o temporal. Kek y Keket son las tinieblas. Amón y Amaunet son los Escondidos, lo Desconocido. Todas estas nociones son negativas e indican bien la naturaleza incoherente del Caos.

La estricta doctrina hermopolitana no admitía a Re por demiurgo, sino que afirmaba, al contrario, que sus ocho dioses locales eran los creadores de la luz, los padres y las madres de Re. Una isla había surgido en Hermópolis entre las aguas del abismo primordial, y en esta isla, llamada de los Dos Cuchillos, los dioses ranas y las diosas serpientes habían depositado un huevo que al romperse dio nacimiento al sol, el creador y organizador de nuestro mundo.

Los hermopolitanos no tenían una idea muy clara del origen de este huevo y sus explicaciones revelan la influencia de otros sistemas teológicos, particularmente el tebano. Los textos religiosos más antiguos no están ni siquiera de acuerdo en atribuir la postura del huevo cósmico a un ave determinada. A veces el ave parece ser un ganso, y otras un halcón; y el Libro Egipcio de los Muertos parece a veces referirse al huevo de un pájaro macho. Al final no se sabe quién es el demiurgo no nombrado que se oculta en la cáscara del huevo cósmico. Quizás se trate de Shu, el dios del aire "que separa la tierra del cielo", y la cáscara del huevo primordial habría sido el receptáculo del soplo de la vida universal.

Según el sistema helipolitano Shu era la primera criatura del demiurgo, y a su vez, el creador de los dioses que componen la Enéada. Del mismo modo, la fórmula de los Textos de los Sarcófagos proclama a Shu padre de los dioses y, concretamente, de la Ogdóada hermopolitana. Pero los mismos Textos afirman una doctrina diferente cuando identifican a Shu con el huevo cósmico, el huevo que los ocho miembros de la Ogdóada habían depositado en la colina de Hermópolis. Lo que quiere decir que los miembros de la Ogdóada eran los padres, y no los hijos de Shu.
Otro mito hermopolitano da una explicación muy diferente de la creación del mundo. De las aguas del abismo líquido (el Nun) había surgido una isla en el lugar en que, más tarde, se hallaría la ciudad de Hermópolis. Su nombre era la Isla del Incendio o del Arrebol, por que la causa de este incendio era el apuntar del sol que se anunciaba con los inflamados colores del alba. En la isla había un estanque cenagoso lleno de las aguas del Caos, y en la superficie flotaba un loto divino. El estanque era la morada de los ocho miembros de la Ogdóada, las cuatro ranas macho y las cuatro serpientes hembra. Los machos la fecundaron. El loto, como muchas otras flores, cierra sus pétalos durante la noche para protegerse del frío, y los despliega al amanecer. Cuando el loto abrió sus pétalos azules, un niño resplandeciente se alzó, iluminando el mundo y creando todas las cosas y todos los seres.

El origen del mundo (México)

En la zona geográfica que corresponde a la mitad sur del México actual, se desarrolló una gran actividad cultural desde unos 2000 años a. C. En esta región habitaron diversos pueblos, algunos de los cuales nos han dejado muestra de su floreciente cultura, como es el caso de los restos arqueológicos de la ciudad de Teotihuacán, ya deshabitada cuando llegaron los españoles. En la meseta central mexicana desde finales del siglo VII hasta mediados del siglo XII, se desarrolló la cultura tolteca que llegó a fusionarse con la maya en su expansión hasta el Yucatán. En este marco geográfico, más concretamente en las orillas e islas del lago Texcoco, se desarrolló la civilización azteca, una de las civilizaciones mejor conocida de la América precolombina y la unidad política más importante de toda Mesoamérica cuando llegaron los españoles. Los aztecas son herederos de la tradición cultural de los toltecas, que sirven de nexo entre la cultura azteca y la maya. Los aztecas, que se hacían llamar a sí mismos «mexicas», llegaron del norte y se asentaron en la cuenca del Texcoco a mediados del siglo XII, fundando su capital, Tenochtitlán, en 1325. La palabra «azteca» tiene su origen en una legendaria tierra del norte llamada «Aztlán». Según cuenta la leyenda, los aztecas abandonaron esta mítica Aztlán, por orden de los dioses y debían instalarse allí donde encontrasen un águila devorando a una serpiente. 

El azteca fue un pueblo que, mediante alianzas militares con otros grupos y poblaciones conoció una rápida expansión y dominó el área central y sur del actual México entre los siglos XIV y XVI, si bien es cierto que en un primer momento tras su llegada, tuvo que enfrentarse a otros pueblos ya asentados en la zona. Tras la muerte de Moctezuma II en el 1520, se puso de manifiesto la debilidad de este gran imperio, derivada de aquella rápida expansión: no podían controlar aquel vasto territorio; las divisiones internas entre provincias y las tensiones y ambiciones independentistas de algunos pueblos, facilitó a los españoles, dirigidos por Hernán Cortés, la conquista de este gran imperio, que culminó en 1521. Los aztecas se asentaron sobre un rico espacio lacustre que les ofrecía grandes pasibilidades para el desarrollo de la agricultura, la pesca y el comercio. La economía azteca fue principalmente agrícola (cultivo de maíz y frijoles), destacando la técnica conocida como «chinampas», dentro de la cual se diferenciaba la de tierra firme de la de pantano. Con esta técnica, se explotaba el suelo cenagoso permanentemente fértil y húmedo y se obtenía una productividad muy elevada. Esta agricultura intensiva se combinaba con la ganadería, la caza y la pesca en el lago, y un importante comercio, a corta y a larga distancia. Con respecto al sistema de tenencia y explotación de la tierra, el pueblo azteca desarrolló una estructura compleja en la cual se podía distinguir la tierra asignada a los llamados «calpulli» (las unidades básicas de organización de la sociedad azteca), que a su vez realizaban el reparto entre las familias de no privilegiados; por otro lado, las tierras de los elementos privilegiados de la sociedad, trabajadas por braceros y esclavos. Otro grupo lo integraban las tierras destinadas a fines públicos: mantenimiento de la administración, del templo, del gobernante y del ejército. Un concepto muy interesante, tanto desde el punto de vista económico, como desde el punto de vista político, fue el «tributo», pagado a los aztecas por los pueblos sometidos a su dominio. Al no conocer la moneda, este tributo era pagado, por así decirlo, en especie y servía para abastecer a la capital azteca de productos básicos, materias primas y manofacturas. Por otro lado, este tributo formaba parte de la redistribución de bienes, ya que parte de dicho tributo era destinado al mantenimiento de la administración, otra parte revertía en los elementos privilegiados de la sociedad y cierta cantidad se reservaba para su almacenamiento.

La estructura de la sociedad mexica está caracterizada por su complejidad, recordando, hasta cierto punto, a la estructura feudal que en aquellos momentos se conocía en el Viejo Mundo. Para empezar, la primera separación hacía referencia a la condición de privilegiados, o «pipiltzin», (no tenían que pagar tributo y acapararon tierras y cargos) y no privilegiados, o «macehualtín» (tenían que pagar tributos). Dentro del primer grupo, se podían diferenciar varios subgrupos y a la cabeza de ellos se encontraba el supremo gobernante azteca: «Huey Tlatoani», cuya residencia estaba en Tenochtitlán. Al servicio de este gobernante se hallaba una élite de pipiltzin directamente vinculada con él. Al mando de las ciudades se encontraban los llamados «tlatoani». Finalmente estaban los pipiltzin de menor categoría. Los «macehualtín» eran organizados en calpulli. Pero no todos los no privilegiados quedaron ordenados en estas unidades, por ejemplo los comerciantes de larga distancia, llamados «pochteca» que, sin ser privilegiados, contaron con estatutos particulares, cultos propios y espacios diferenciados de residencia o los «mayeque» o braceros. El escalón más inferior en la sociedad azteca lo ocupaban los esclavos. También la estructura política ofrece una complejidad propia de una administración evolucionada, en la que, sin embargo, perviven elementos de la antigua sociedad nómada (calpulli con el calpullec al mando). Al frente del gobierno estaba el emperador azteca, el «Huey Tlatoani», el último de los cuales fue Moctezuma. También sabemos de la existencia de consejos, como el llamado «Consejo de los Cuatro», formado por destacados pipiltzin encargados de elegir al sucesor, y otra serie de consejos especializados. La unidad política del área del lago Texcoco se consolidó tras la alianza de los tres grandes reinos: Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán que dominaban amplias zonas y de los que dependían otros núcleos menores.

La complejidad y la riqueza en la estructura política, social y económica de la civilización azteca, fue acompañada de un espléndido desarrollo cultural. En concreto, la concepción mesiánica que tenían los aztecas de sí mismos y su concepción cíclica del tiempo, marcaron la vida cultural y religiosa de este pueblo, así como su vida diaria y su concepción cosmogónica.


Los mitos cosmogónicos aztecas
Los Cinco Soles

Según los aztecas el supremo creador de todo fue el dios Ometecuhlti que, junto a su esposa Omecihuatl, creó toda la vida sobre la tierra. En otras versiones, esa pareja creadora original, se reduce a una sola divinidad llamada Ometeotl que adquiere una doble vertiente, por un lado la masculina, Ometecuhtli, y, por otro, la femenina, Omecihuatl. Así, este dios, que aparece como un dios del fuego y como el dios supremo del panteón azteca, es una divinidad andrógina. No recibió culto formal ni tampoco contó un centro de culto, pero estaba presente en cada ritual y en todas las elementos de este mundo. Esa pareja cósmica, o ese dios andrógino, dio a luz a los cuatro dioses que más tarde crearían cada uno de los soles y más tarde tuvo otras 1.600 divinidades más. Según la mitología azteca antes de nuestro sol, que es el quinto, existieron otros cuatro. Para los aztecas vivíamos, por tanto, en la quinta creación, o en la quinta era. Volviendo a la pareja original y a su descendencia, la legenda mexica señalaba que cada uno de esos dioses creadores luchaba por la supremacía en el mundo, empleando cada uno su propia fuerza cósmica: tierra, fuego, viento o agua. Mientras esas fuerzas se mantuvieran en equilibrio, el mundo estaba en orden y podía existir la era de un sol; sin embargo, si se producía un desequilibrio cósmico, ese sol, junto con la Tierra y los seres humanos de esa era, perecerían. El primero de esos cinco soles fue el creado por el dios Tezcatlipoca, que era el dios de la Tierra. Sin embargo, su creación fue algo imperfecta, ya que los seres humanos aparecieron con forma de gigantes y en vez de un sol completo, se formó medio sol. Aquellos gigantes seres humanos, se vieron obligados a sobrevivir solamente con bellotas y piñones. A consecuencia de esta pésima alimentación, los humanos crecieron poco y débiles. En un momento determinado de esa era, los jaguares devoraron al medio sol existente y, ayudados por la oscuridad, fueron destruyendo y asesinando a los seres humanos gigantes.
El segundo de esos soles fue creado por el dios Quetzalcóatl, dios del Viento. Bajo este sol, los humanos se alimentaron con semillas de árboles, que todavía eran insuficientes para fortalecer a los hombres, que debían sobrevivir a los fuertes vientos. Los tremendos huracanes en ocasiones arrojaban a los seres humanos lejos. A pesar de ello, algunos humanos lograron sobrevivir al ser capaces de transformarse en monos Tláloc, que era el dios del Fuego en la mitología azteca, creó el tercer sol. Durante la era del tercer sol, los seres humanos hambrientos vivían de cereales. En este mundo, fueron los tremendos volcanes los que provocaron las desgracias. Enromes volcanes hacían erupción y las cenizas caían desde el cielo, consumiendo y enterrando el mundo. Sin embargo algunos hombres sobrevivieron al convertirse en pájaros que pudieron escapar a aquellas destructivas erupciones.

Chalchiuhtlique, la diosa del Agua azteca, fue la encargada de la creación del cuarto sol. Los seres humanos de esta creación intentaron sobrevivir con una semilla conocida con el nombre de acicintli, pero ésta no era comida suficiente para los humanos, que tenían que enfrentarse a enormes inundaciones. El agua emergió del centro de la Tierra provocando una tremenda catástrofe en el mundo. Algunos seres humanos lograron sobrevivir a esta catástrofe convirtiéndose en peces. Todas las creaciones anteriores habían sido destruidas por una catástrofe, y con ella habían desaparecido los soles, las tierras y los seres humanos de cada una de esas eras. Entonces los dioses se dieron cuenta de que la existencia del quinto sol solamente sería posible con el sacrificio de otro dios.

Así, los dioses decidieron levantar una enorme pira con ardiente fuego, si bien ninguno de ellos se atrevía a sacrificarse. Finalmente la decisión recayó en dos divinidades creadas por el supremo Ometeotl: los dioses Nanahuatl y Teucciztecatl. Éste último hizo hasta cuatro intentos para arrojarse al fuego, sin embargo, no tenía el suficiente valor y fue Nanahuatl, lleno de valentía, el primero en sacrificarse. Teucciztecatl consiguió reunir el suficiente coraje y finalmente siguió a Nanahuatl en el sacrificio. Nanahuatl se transformó en un sol resplandeciente, que ninguno de los dioses podía mirar directamente, mientras que su compañero se convirtió en la luna. El resto de los dioses se percató de que Nanahuatl no se alzaría en el firmamento hasta que no recibiese alimento necesario, es decir: los corazones para comer y la sangre para beber, de otros dioses sacrificados. Tras el enfrentamiento entre Nanahuatl y la Estrella Matutina, que se enfadó ante la idea del sacrificio, este último dios que era el más feroz de los 1.600 dioses, fue derrotado. Entonces todas esas divinidades, las 1.600, decidieron sacrificarse para dar alimento a este quinto sol, tras lo cual Nanahuatl, se alzó desde el este. Esos dioses se sacrificaron, ofreciendo su sangre para dar vida a este quinto Sol, pero Hiutzilopochtli tuvo que luchar con las tinieblas para poder expulsarlas del mundo y esa lucha dio origen a las estrellas. En otras versiones, se cuenta que esos dioses se fueron arrojando uno tras otro a ese fuego legendario, hasta transformarse en los astros que componen el firmamento. Los aztecas se creían a sí mismos como el pueblo elegido para mantener al sol con vida, sin su ayuda este quinto sol, terminado un ciclo de 52 años, no volvería a salir. Para este pueblo la sangre es un elemento fundamental, que del mismo modo que mantiene vivo al ser humano, también puede dar vida al actual sol, llamado Hiutzilopochtli. Por otro lado, este pueblo creía que igual que los cuatro soles anteriores, Hiutzilopochtli también podía desaparecer en un cataclismo y consideraban, además, que el mundo tal y como lo conocían, sería destruido en un gran terremoto, al final de un ciclo de la rueda calendárica de 52 años. Para mantenerlo vivo le proporcionaban como alimento un componente que sólo se encontraba en la sangre de las madres muertas en el parto, de los guerreros muertos en combate y de los prisioneros sacrificados.

La estructura del Universo y la Tierra

A pesar de esa continua destrucción y reordenación del Mundo, para los aztecas el Universo se mantiene con una estructura permanente e intacta a lo largo de esas cinco creaciones. La estructura básica del Universo mexica se compone de tres partes: el cielo, la tierra y el inframundo. Los seres humanos vivimos en la Tierra, que es como un enorme disco situado en el centro del Universo. Rodeando a la Tierra hay un anillo de agua que conecta a la Tierra con el Cielo. El Cielo estaba estructurado, según la cosmovisión azteca, en forma piramidal compuesta por trece niveles; trece cielos que sirven de morada a los dioses. Los primeros cuatro niveles constituían el llamado Teteocán, que estaba ocupado por las tormentas, el sol, el firmamento, las estrellas, la luna, etc. Los siguientes niveles del Cielo se conocían con el nombre de Ilhuicatl, donde se encontraban el Dios Rojo del Fuego, el lugar del Dios de la Estrella Blanca del Atardecer y el Dios Amarillo del Sol. El último nivel del Cielo, el más elevado, lo ocupaba el dios Ometecuhlti, el supremo creador de todo.

Por debajo de la Tierra se encontraba el inframundo, que también se componía de varios niveles, pero de número inferior al Cielo. En total eran nueve los inframundos y eran conocidos con el nombre de Mictlán, el lugar de los muertos. En el nivel inferior vivía el dios Mictlanteutli, que era el Dios de la Muerte. La lucha a través de esos inframundos hasta llegar al último, era angustiosa y muy costosa y el sufrimiento se sucedía continuamente hasta llegar al noveno nivel, donde uno podía descansar para siempre junto a Mictlanteutli, también encontrado como Mectlatecuhtli. Sin embargo, los aztecas también consideraban la posibilidad de ir al cielo cuando uno moría. Así, por ejemplo, cuando una madre moría en el parto o un guerrero moría en la batalla, podía ir al Tlalocán, el primer nivel del Cielo. 

La Tierra por su parte, fue creada por los dioses inspirándose en el primitivo monstruo marino llamado Cipactli, con cuerpo de cocodrilo y de pez; así, la Tierra fue concebida por la mitología azteca como un enorme cocodrilo que flotaba sobre el mar original. Las esquinas de ese cocodrilo creado por los dioses fueron estirándose hacia arriba hasta poder sujetar el cielo.
Con respecto a la creación de los seres humanos en esta quinta era, los aztecas atribuyeron esta labor al dios Quetzalcóatl. Como ya hemos señalado anteriormente, este dios es una de las divinidades principales entre los aztecas, los toltecas y otros pueblos mesoamericanos. Aparece como el dios del cielo y también es creador y es el sabio legislador. Quetzalcóatl organizó el cosmos original y participó en la creación y construcción de los mundos de los distintos periodos. Según cuenta la legenda, este dios descendió al Mictlán, el inframundo, y allí recogió los huesos de los seres humanos de los períodos precedentes. A su vuelta, él esparció su propia sangre sobre estos huesos para convertirlos en los seres humanos de esta quinta era. Quetzalcóatl gobierna el ciclo del quinto mundo y es quien creó en él a los humanos.

El mito de Coatlique

Para conocer la concepción cosmogónica azteca es necesario narrar brevemente el mito de la diosa Coatlique, que aunque no describe una cosmogonía exactamente, sí contiene temas y elementos que nos ayudan a entender la concepción azteca del Mundo. Coatlique, cuyo nombre significa «La Señora de la Falda de Serpientes», era la diosa Tierra de la vida y la muerte en la mitología azteca. Su apariencia era algo horrible; representada como una mujer extraña con una falda de serpientes y con un collar de corazones de las víctimas de los sacrificios. Esta diosa, sedienta de sacrificios, tenía los senos flácidos y afiladas garras en pies y manos.

Según cuenta la leyenda, Coatlique fue fecundada en primer lugar por un cuchillo de obsidiana y, a raíz de este embarazo, dio a luz a la diosa Coyolxanuhqui, conocida con el nombre de «Campanas Doradas» y a un grupo de vástagos que se convirtieron en estrellas. La diosa Coyolxanuhqui era identificada con la luna y estaba asociaba con un grupo de 400 deidades-estrella, conocidas con el nombre de Huitznauna, que se encontraban bajo su control. Además esta divinidad asociada a la luna, tenía poderes mágicos con los que podía provocar importantes daños.

Después Coatlique volvió a quedar embarazada por una bola de plumas. Encontramos distintas versiones sobre el encuentro de Coatlique con esta bola. Según una de las interpretaciones, la diosa encontró esa bola mientras estaba en su templo y esa bola tocó su pecho. En otras versiones, Coatlique recogió la bola de plumas y la guardó en su pecho; más tarde cuando fue a buscarla, ya no la encontró y, al mismo tiempo, se percató de que había quedado nuevamente embarazada. Coatlique se dispuso entonces a contar a su prole lo sucedido, pero ese misterioso embarazo ofendió a sus hijos, que consideraron la historia de su madre del todo increíble. Según marcaba la tradición, una diosa únicamente podía dar a luz en una sola ocasión; esa ocasión en la que daba vida a la auténtica y original descendencia divina y nunca más. Así Coyolxanuhqui y sus hermanos consideraron aquel embarazo como un ultraje y, encabezados por Coyolxanuhqui, decidieron matar a su propia madre. Durante el embarazo Coyolxanuhqui decapitó a su madre, ayudada por sus hermanos. Sin embargo, de forma inmediata el feroz dios Hiutzilopochtli, que se encontraba en el vientre de su madre Coatlique, apareció armado y con ayuda de una serpiente de fuego, asesinó a muchos de sus hermanos y hermanas. Los cuerpos de los hermanos se transformaron en estrellas. Mientras que Hiutzilopochtli en un ataque de furia decapitó a Coyolxanuhqui y lanzo su cabeza al cielo, donde se convirtió en la luna; su cuerpo, lo arrojó a una profunda garganta en una montaña, donde su cuerpo yace para siempre. Como podemos apreciar, en los mitos aztecas hay algunos elementos comunes con otros relatos cosmogónicos, que enlazan el sistema de creencias mexica con otras culturas alejadas de la civilización azteca. En primer lugar, la construcción y ordenación del mundo en varias fases es una característica común en muchas cosmogonías, por ejemplo el mito chino del «Huevo Cósmico», sin embargo resulta novedosa la concepción azteca de que han existido cuatro creaciones, cuatro mundos anteriores al nuestro, que finalizaron catastróficamente.
Por otro lado, la intervención divina es un elemento fundamental para explicar el origen y el orden del Mundo, como sucede en otras muchas cosmogonías (la cristiana o la griega, por ejemplo), ya que sin esa acción divina el Universo no existiría. En el caso azteca es el sacrificio de varios dioses lo que permite la formación de nuestro mundo, el quinto. El sacrificio de un dios, o dioses, para la creación del mundo es un tema que encontramos, por ejemplo en la mitología china (dios P'an-Ku).

Otro aspecto que el mito azteca tiene en común con otros relatos cosmogónicos, es la aparición del ser humano en una de esas fases, también por obra de un dios, que en el mito mexica es Quetzalcóatl. Tampoco debemos olvidar el tema del conflicto entre varias generaciones de dioses o entre distintos dioses, tan importante en las teogonías griegas, donde Urano es derrotado por su hijo Crono y Crono, a su vez, es vencido por Zeus. En la cosmogonía azteca este conflicto está representado por el mito de Coatlique que es decapitada por su propia hija Coyolxanuhqui, la luna, quien fue igualmente decapitada por su hermano Hiutzilopochtli, el dio sol. Finalmente, también podemos apuntar otro elemento frecuente en otras teogonías: la fecundación espontánea, sin unión sexual por la cual la diosa Coatlique quedó embarazada, primero por un cuchillo y luego por una bola de plumas.

Origen del Universo (Teoría del Big Bang)

En la cosmología moderna, el origen del universo es el instante en que apareció toda la materia y la energía que tenemos actualmente en el universo como consecuencia de una gran explosión. Esta postulación es abiertamente aceptada por la ciencia en nuestros días y conlleva que el universo podría haberse originado hace entre 13.500 y 15.000 millones de años, en un instante definido. En la década de 1930, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble confirmó que el universo se estaba expandiendo, fenómeno que Albert Einstein con la teoría de la relatividad general había predicho anteriormente.

Existen diversas teorías científicas acerca del origen del universo. Las más aceptadas son la del Big Bang y la teoría Inflacionaria, que se complementan.

Inflación

En la comunidad científica tiene una gran aceptación la teoría inflacionaria, propuesta por Alan Guth en los años setenta, que intenta explicar los primeros instantes del universo. Se basa en estudios sobre campos gravitatorios fortísimos, como los que hay cerca de un agujero negro. Supuestamente nada existía antes del instante en que nuestro universo era de la dimensión de un punto con densidad infinita, conocida como una singularidad. En este punto se concentraban toda la materia, la energía, el espacio y el tiempo. Según esta teoría, lo que desencadenó el primer impulso del Big Bang es una "fuerza inflacionaria" ejercida en una cantidad de tiempo prácticamente inapreciable. Se supone que de esta fuerza inflacionaria se dividieron las actuales fuerzas fundamentales.

Este impulso, en un tiempo tan inimaginablemente pequeño, fue tan violento que el universo continúa expandiéndose en la actualidad. Hecho que fue corroborado por Edwin Hubble. Se estima que en solo 15 x 10-33 segundos ese universo primigenio multiplicó sus medidas por 100.

Formación de materia

La teoría del Big Bang consiste en que el universo que antes era una singularidad infinitamente densa, matemáticamente paradójica, en un momento dado explotó y libero una gran cantidad de energía y materia separando todo hasta ahora.

El universo después del Big Bang comenzó a enfriarse y a expandirse, este enfriamiento produjo que tanta energía comenzara a estabilizarse. Los protones y los neutrones se “crearon'” y se estabilizaron cuando el universo tenía una temperatura de 100.000 millones de grados, aproximadamente una centésima de segundo después del inicio. Los electrones tenían una gran energía e interactuaban con los neutrones, que inicialmente tenían la misma proporción que los protones, pero debido a esos choques los neutrones se convirtieron más en protones que viceversa. La proporción continuó bajando mientras el universo se seguía enfriando, así cuando se tenía 30.000 millones de grados (una décima de segundo) había 38 neutrones por cada 62 protones y 24 a 76 cuando tenía 10.000 millones de grados (un segundo).

Lo primero en aparecer fue el núcleo del deuterio, casi a 14 segundos después, cuando la temperatura de 3.000 millones de grados permitía a los neutrones y protones permanecer juntos. Para cuando estos núcleos podían ser estables, el universo necesitó de algo más de tres minutos, cuando esa bola incandescente se había enfriado a 1.000 millones de grados.

Formación de núcleos y átomos

Algo más de cuatro minutos bastaron para que los núcleos de hidrógeno (protones) y los núcleos de deuterio pudieran fusionarse en un núcleo de helio. Las altas temperaturas no permitían que estos núcleos pudieran capturar aún electrones. Cuando el universo tenía algo más de 30 minutos (a una temperatura de 300 millones de grados), la materia estaba en estado de plasma, o sea, ambos núcleos podían coexistir con ambos núcleos podían coexistir con electrones libres. Éste estado podemos encontrarlo en el interior del Sol.
           
A pesar que tantos hechos ocurrieron en un tiempo relativamente corto, en relación con la edad del universo, éstos continuaron así hasta que la temperatura bajó lo suficiente para que núcleos atómicos puedan capturar electrones, casi 300 mil años después a una temperatura de unos 6 mil grados parecida a la superficie actual del Sol. Junto con esto los primeros fotones pudieron atravesar átomos de materia sin tener perturbaciones, hecho que produjo que el universo sea transparente. La materia y esta radiación necesitaban dejar de ser uno solo para poder formar lo que hoy conocemos como estrellas y galaxias, para esto se necesitaron no menos de un millón de años a partir de ese gran inicio.

Materia oscura

Formalmente para que todo lo expuesto aquí pueda ser válido, los científicos necesitan de una materia adicional a la conocida (o más propiamente vista) por el hombre. Varios cálculos han demostrado que toda la materia y la energía que conocemos es muy poca en relación a la que debería existir para que el Big Bang sea correcto. Por lo que se postuló la existencia de una materia hipotética para llenar ese vacío, a la cual se la llamo materia oscura ya que no interactúa con ninguna de las fuerzas nucleares (débil y fuerte) y ni el electromagnetismo, sólo con la fuerza gravitacional.